martes, 21 de febrero de 2017



El pasado día 6 de febrero, el Grupo de Pastoral de nuestra Facultad trató el tema de los misioneros y mártires del Japón. Aquí mostramos el resumen:



Los misioneros y mártires japoneses de los siglos XVI y XVII vuelven a estar de plena actualidad a raíz del estreno de la polémica película de Scorsese, Silencio. Coincidiendo con la conmemoración de San Pablo Miki y sus 25 compañeros mártires el día 6 de febrero, en el grupo de pastoral hablamos y reflexionamos sobre esta realidad, cómo fue verdaderamente desde el punto de vista histórico y que nos puede comunicar y aportar a nosotros como cristianos del siglo XXI.

Un comerciante-pirata portugués llegó a Japón por accidente y descubrió un prometedor mercado. Al regresar de uno de sus viajes se llevó consigo a un prófugo, Angiro, que será el primer converso japonés como Pablo de Santa Fe. El misionero jesuita San Francisco Javier, cautivado por cuanto este contaba sobre su país de origen, decidió acudir allí él mismo en 1549. La evangelización se desarrolló con altibajos: éxito arrollador en algunos lugares, desprecio en otros, y siempre con la oposición de los monjes budistas, a quienes el santo criticaba por sus prácticas de pederastia y sodomía. Pero los jesuitas supieron adoptar claves que potenciaron las conversiones: se presentaban ante los daimios (señores feudales) como hombres poderosos y cargados de adelantos tecnológicos, de modo que estos quedaban asombrados y les protegían, y respecto a la evangelización en sí, se adaptaron a la sociedad japonesa, sin tratar de europeizarla: aprendieron el idioma y acogieron todas las tradiciones compatibles con el cristianismo.

En los años posteriores a la muerte de San Francisco Javier, las misiones jesuitas siguieron multiplicandos sus frutos en el Japón. Un ejemplo muy significativo de la asimilación es el de la ceremonia del té. Esta se celebraba en el chashitsu, al que se accedía por una puerta muy pequeña, que obligaba a agacharse y a que los guerreros tuvieran que despojarse de sus armas para pasar. Esto recordaba a los padres que ya Jesús había hablado de la puerta estrecha” del Reino de los Cielos. La aculturación también influyó en la liturgia; por ejemplo, no se ponían de pie para escuchar el Evangelio, pues se veía como un gesto de mala educación. Decía el padre Organtino en 1577 que Japón sería completamente cristiano en 10 años. Además los neófitos mostraban una gran devoción, recorrían largas distancias para acudir a la iglesia y eran propensos a realizar grandes penitencias y obras de caridad. Se formaron grupos vecinales de laicos dedicados a profundizar en el estudio de la doctrina cristiana. Para 1579 el número de cristianos en Japón se calcula en 150000, con unos 50 padres jesuitas.

A partir de la década de 1580 entraron en Japón misioneros de órdenes mendicantes, especialmente franciscanos. Lo que podría parecer una gran noticia, puesto que se necesitaban más sacerdotes para atender a las crecientes comunidades cristianas, muchas veces resultó contraproducente. Los recién llegados no entendían algunas prácticas de los jesuitas, en especial respecto a la aculturación. Estos por su parte estaban preocupados, sobre todo porque temían que la diferencia de métodos de evangelización provocase que los japoneses los percibiesen como distintas sectas cristianas, lo que mermaría su credibilidad. Otra complicación vino cuando a partir de 1587 el shogun Toyotomi Hideyoshi empezó a perseguir el cristianismo, probablemente sospechando que los misioneros fuesen un caballo de Troya para la entrada de conquistadores. En 1597, 26 cristianos murieron mártires en Nagasaki. Con todo, las conversiones continuaron y para 1600 había unos 300000 cristianos en Japón. Pero la represión fue de mal en peor con la dinastía de shogunes Tokugawa. Los comerciantes holandeses y los daimios paganos divulgaban falsos rumores para potenciar el miedo a un intento de conquista hispanoportugués con ayuda de los daimios cristianos. Primero se prohibió la predicación, después las nuevas conversiones, y por último el cristianismo como tal: ningún japonés podía ser cristiano. Pero estos aguantaban heroicamente la tortura y el martirio: entre 1613 y 1624 murieron mártires 528 cristianos, entre los cuales se cuentan 33 religiosos europeos y otros 17 japoneses. Así pues, se decidió que la única solución era expulsar a los misioneros, aunque estos intentaron por todos los medios quedarse en secreto. Increíblemente, para 1625 el número de cristianos se había vuelto a duplicar: eran unos 600000. En 1638, tras una rebelión feudal en la que se entremezclaron motivos económicos y religiosos, el shogun decretó el cierre definitivo a Occidente: ni los europeos podrían entrar, ni los japoneses salir. A nivel interno, cada familia fue adscrita a un templo budista y el padre debía repetir anualmente un juramento de que no había cristianos en su casa. 


 Las comunidades cristianas no desaparecieron del todo en Japón a pesar de la gran persecución a la que se vieron sometidas. Las cofradías de laicos se encargaron de mantener viva la llama de la fe en su área, de custodiar las reliquias de los que morían mártires, y de reevangelizar aquellas zonas donde las comunidades se estaban disolviendo y los cristianos apostataban. Conocemos a estos cristianos que perseveraron en su fe de forma oculta durante dos siglos como kakure-kirishitan. La ruptura del aislamiento internacional de Japón se produjo a partir de la llegada del estadounidense Matthew Perry en 1853. En 1865, el vicario francés Petitjean entró en contacto con un grupo de kakure-kirishitan, que le informaron de que, aunque durante mucho tiempo habían estado sin sacerdotes y por tanto privados de los sacramentos (excepto el Bautismo), eran católicos, reconocían al Papa y veneraban a la Virgen. En todo el país serían unos 30000. Desde 1875 se decretó la libertad religiosa, y actualmente hay casi 2 millones de cristianos en Japón. La fe, valentía y perseverancia de los mártires y los kakure-kirishitan de Japón constituyen un testimonio edificador, que se une a los que vemos hoy en día en bastantes países islámicos, y que deben empujarnos a renovar nuestra propia vida espiritual y comunicarla sin temor en los diferentes ambientes en que nos movemos.









domingo, 12 de febrero de 2017

 



COMUNICANDO LA FE

Nº  2. Febrero de 2017


PASTORAL FACULTAD DE HUMANIDADES Y CC. DE LA COMUNICACIÓN

En este segundo número mostramos el resumen del Mensaje del Papa para la 51 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24  enero) Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos. “No temas que yo estoy contigo” (Is 43,5)

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. […] Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza. […] Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia»
La buena noticia: […] La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: […] Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que […] la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» […] Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): [,,,] Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

La confianza en la semilla del Reino: Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es una manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. […] El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.
Los horizontes del Espíritu […] Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona. […] las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.