sábado, 25 de febrero de 2017
martes, 21 de febrero de 2017
El pasado día 6 de febrero, el Grupo de Pastoral de nuestra Facultad trató el tema de los misioneros y mártires del Japón. Aquí mostramos el resumen:

Un
comerciante-pirata portugués llegó a Japón por accidente y descubrió un
prometedor mercado. Al regresar de uno de sus viajes se llevó consigo a un
prófugo, Angiro, que será el primer converso japonés como Pablo de Santa Fe. El
misionero jesuita San Francisco Javier, cautivado por cuanto este contaba sobre
su país de origen, decidió acudir allí él mismo en 1549. La evangelización se
desarrolló con altibajos: éxito arrollador en algunos lugares, desprecio en
otros, y siempre con la oposición de los monjes budistas, a quienes el santo
criticaba por sus prácticas de pederastia y sodomía. Pero los jesuitas supieron
adoptar claves que potenciaron las conversiones: se presentaban ante los daimios (señores feudales) como hombres poderosos y
cargados de adelantos tecnológicos, de modo que estos quedaban asombrados y les
protegían, y respecto a la evangelización en sí, se adaptaron a la sociedad
japonesa, sin tratar de europeizarla: aprendieron el idioma y acogieron todas
las tradiciones compatibles con el cristianismo.

A partir de la
década de 1580 entraron en Japón misioneros de órdenes mendicantes,
especialmente franciscanos. Lo que podría parecer una gran noticia, puesto que
se necesitaban más sacerdotes para atender a las crecientes comunidades
cristianas, muchas veces resultó contraproducente. Los recién llegados no
entendían algunas prácticas de los jesuitas, en especial respecto a la
aculturación. Estos por su parte estaban preocupados, sobre todo porque temían
que la diferencia de métodos de evangelización provocase que los japoneses los
percibiesen como distintas sectas cristianas, lo que mermaría su credibilidad.
Otra complicación vino cuando a partir de 1587 el shogun
Toyotomi Hideyoshi empezó a perseguir el cristianismo, probablemente
sospechando que los misioneros fuesen un caballo de Troya para la entrada de
conquistadores. En 1597, 26 cristianos murieron mártires en Nagasaki. Con todo,
las conversiones continuaron y para 1600 había unos 300000 cristianos en Japón.
Pero la represión fue de mal en peor con la dinastía de shogunes
Tokugawa. Los comerciantes holandeses y los daimios
paganos divulgaban falsos rumores para potenciar el miedo a un intento de
conquista hispanoportugués con ayuda de los daimios
cristianos. Primero se prohibió la predicación, después las nuevas
conversiones, y por último el cristianismo como tal: ningún japonés podía ser
cristiano. Pero estos aguantaban heroicamente la tortura y el martirio: entre
1613 y 1624 murieron mártires 528 cristianos, entre los cuales se cuentan 33
religiosos europeos y otros 17 japoneses. Así pues, se decidió que la única
solución era expulsar a los misioneros, aunque estos intentaron por todos los
medios quedarse en secreto. Increíblemente, para 1625 el número de cristianos
se había vuelto a duplicar: eran unos 600000. En 1638, tras una rebelión feudal
en la que se entremezclaron motivos económicos y religiosos, el shogun decretó el cierre definitivo a Occidente: ni
los europeos podrían entrar, ni los japoneses salir. A nivel interno, cada
familia fue adscrita a un templo budista y el padre debía repetir anualmente un
juramento de que no había cristianos en su casa.
Las comunidades
cristianas no desaparecieron del todo en Japón a pesar de la gran persecución a
la que se vieron sometidas. Las cofradías de laicos se encargaron de mantener
viva la llama de la fe en su área, de custodiar las reliquias de los que morían
mártires, y de reevangelizar aquellas zonas donde las comunidades se estaban
disolviendo y los cristianos apostataban. Conocemos a estos cristianos que
perseveraron en su fe de forma oculta durante dos siglos como kakure-kirishitan. La ruptura del aislamiento
internacional de Japón se produjo a partir de la llegada del estadounidense
Matthew Perry en 1853. En 1865, el vicario francés Petitjean entró en contacto
con un grupo de kakure-kirishitan, que le
informaron de que, aunque durante mucho tiempo habían estado sin sacerdotes y
por tanto privados de los sacramentos (excepto el Bautismo), eran católicos,
reconocían al Papa y veneraban a la Virgen. En todo el país serían unos 30000.
Desde 1875 se decretó la libertad religiosa, y actualmente hay casi 2 millones
de cristianos en Japón. La fe, valentía y perseverancia de los mártires y los kakure-kirishitan de Japón constituyen un
testimonio edificador, que se une a los que vemos hoy en día en bastantes
países islámicos, y que deben empujarnos a renovar nuestra propia vida
espiritual y comunicarla sin temor en los diferentes ambientes en que nos
movemos.
domingo, 12 de febrero de 2017
COMUNICANDO LA FE
Nº 2. Febrero de 2017
PASTORAL FACULTAD DE HUMANIDADES Y CC. DE LA COMUNICACIÓN
En este segundo número mostramos el resumen del Mensaje del Papa para la 51 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero) Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos. “No temas que yo estoy contigo” (Is 43,5)
Gracias al desarrollo tecnológico,
el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen
la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera
capilar. […] Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que,
tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales,
«muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos
los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a
todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los
demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con
auténtica confianza. […] Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un
estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal,
sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud
activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia.
Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo
narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia»
La buena noticia: […] La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: […] Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que […] la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» […] Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): [,,,] Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.
La buena noticia: […] La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: […] Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que […] la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» […] Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): [,,,] Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.
La confianza en la semilla del
Reino: Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad
evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la
lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las
que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza
vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para
comunicar la humilde potencia del Reino, no es una manera de restarle
importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien
escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. […]
El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada
superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos
límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña,
que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.
Los
horizontes del Espíritu […] Por medio
de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una
humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» La
confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura
también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar
―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la
convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en
la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona. […] las personas
que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y
son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren
nuevos senderos de confianza y esperanza.
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